martes, 15 de septiembre de 2020

El bufoso, el papel y los no o si.


 

La mañana corría lenta y otoñal, el pasillo, finito, cobijaba humedades y tristezas. Lo único que le daba alguna esperanza era la lumbre de la salamandra alimentada con trastos viejos de diarios ya sin novedades. 

Miraba tras la ventana para decidirse, finalmente estaba decidido, no era tan complicado lo tenía que lograr.

Se tomó su tiempo, primero la camisa, el pantalón, los zapatos, una campera, una pasada con la mano por la frente hacía las veces de peinada y ya está. Caminó unas cuadras apretando la campera con el cuerpo, esperó el colectivo. Una vez arriba empezó a ver el panorama, caras con sueño, otros escuchando música, en fin cada uno en la suya. Una mujer logró el asiento, venía con su bebe y se levantó otra mujer.

Otros hombres se hacían los dormidos para zafar de la entrega solidaria de ese ansiado lugar.

Apretados, se empujaban despacito para permitir el paso, pocas palabras y menos ganas de hablar. Lunes a la mañana, silencios y pensamientos a mediado de mes.

Pocas curvas, vivía cerca; una marea de músculos con ganas de irse lo acompañó hasta la vereda, camino bastante buscando destino, hasta que en la tienda encontró lo que buscaba.

Se arrimó al mostrador, la piba de 20 años estaba acomodando camisas y remeras, sin mirarlo intentó un gesto de atención, apenas levantó la mirada, se decidió, sacó el bufoso, la piba solo atinó a dar medio paso atrás, y a abrir las manos, ya está era suficiente, le pareció que no era para él. Guardó el fierro y le dijo “disculpá me equivoqué”.

Dio media vuelta y sentía los latidos y la mirada de la piba que lo seguían sin entender. En la peatonal, prendió un pucho, compró el diario, sin leerlo buscó los clasificados, envolvió el arma para despedirse, al lado de la Cañada la dejó sin balas, y sin limpiar, no le importaba que tenga las huellas, total estaba limpia.

Caminó unas cuadras mas, buscando alguna sensación que lo guíe.

Rumbeó para la Terminal tal vez lo esperara en el anden se paró en la plaza, leyó un rato el diario, se fumó otro pucho tranquilo, sin darse cuenta volvió a pasar por el frente de la tienda, la piba estaba en la puerta y corrió para adentro. Para él era etapa superada. Mañana difícil de definiciones, llovizna, gris, sin destino.

Cuanto faltaba para llegar al medio día y parecía una eternidad. Días así tendrían que pasar rápido y no lo lograba.

Treinta y siete años desocupado, soltero y sin mucho que hacer.

Algún intento intelectual lo llevo hasta la biblioteca provincial, allí en Deán Funes. Al frente de la Torre Ángela. Una novela algo que lo sacara de la letanía aunque sea por un rato, sin reparar mucho en el género le pidió al empleado algo para pasar el rato. Argumentó que tenía una entrevista de trabajo en un par de horas y le quedaba un solo cospel para la vuelta.

El empleado estudió un rato el estante y le acercó un librito chico. Me parece que esto está bien le dijo.

Se sentó tranquilo por lo menos no se había ensuciado las manos solo fue un susto a la piba pero ningún juez lo detendría por un arrepentimiento a mano armada al menos eso pensaba.

“Que bonita que era pero que susto le pegué, pobre”.

-El barco se mecía de un lado a otro y no encontraba lugar donde comer se bamboleaba de un lado a otro, los inmigrantes se golpeaban unos con otros involuntariamente, los pedazos de pan rodaban por el piso, la tormenta en alta mar los había sorprendido y la clase mas baja del barco llena de europeos hacia América Latina, venía firme pero a los tumbos como las almas de la mayoría de los que se apretujaban y empujaban al ritmo de las olas.

“La mierda che que fulero debe haber sido dejar tu país para irte tan lejos buscar laburo –pensaba- y yo que me desespero porque no se que hacer. ¿Qué habrán hecho aquellos pobres tipos y mujeres para zafar”….

-El ir y venir de las olas unía ocasionalmente a algunas naciones que nunca la guerra habría acercado y es así como por fruto de la casualidad, italianos se fundían en un abrazo ocasional con alemanes, unidos únicamente por la esperanza de huir de aquél infierno armamenticio.

Que olas son las que lo llevaban ahora, parecía una calma inesperada, no deseada. La vida de éste desocupado iba muy lenta, sin emociones, impulsando cigarros y alguna bebida pero poco, ¿qué haría? Cerró el libro de un golpe, buscó la salida, el colectivo lo arrojaría rápido al barrio; pero decidió caminar la mañana todavía estaba empezando, a pesar suyo que deseaba que algo pasara. Caminó rumbo a su casa pensando qué le iba a agregar a su vida, consciente que un sí o un no lo llevarían por senderos opuestos.

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